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FRAGMENTO

Considerado un verdadero síndrome, el estudio de los glaucomas ha experimentado un desarrollo sorprendente en los últimos años. Se ha avanzado en el estudio de la genética, lo que ha permitido comenzar a desentrañar los múltiples patrones en el diverso entramado de las entidades nosológicas. Por otro lado, la tecnología se ha desarrollado de manera vertiginosa en función de la necesidad de un diagnóstico cada vez más temprano, y cada día surgen novedosos equipos capaces de analizar la estructura y la función del nervio óptico y de la capa de fibras neurorretinianas. Sin embargo, desafortunadamente aún no existe una cura definitiva, tal como reportaban Hipócrates (460-370 a.n.e.) y el egipcio Oriba (403 a.n.e.).
El tratamiento farmacológico, por su parte, ha sido testigo en las últimas décadas del desarrollo de variados principios activos que han permitido disminuir drásticamente los volúmenes de cirugía. La calidad de vida y el cumplimiento de los esquemas diseñados son otras mejoras en las formulaciones que han logrado minimizar los efectos adversos antaño reportados; pero el tratamiento farmacológico aun aspira, en el mejor de los casos, a lograr el control de la presión intraocular, intentando evitar la progresión secundariamente, sin haber conseguido extenderse con éxito al control de otros factores de riesgo. El mejor ejemplo está quizás en la neuroprotección, que después de unos años parece olvidada y sin aparentes soluciones viables en el horizonte.