2021, Número 4
Mensaje del Dr. Samuel Karchmer en la ceremonia conmemorativa de 60 años de actividad docente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México
Idioma: Español
Referencias bibliográficas: 0
Paginas: 571-573
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Hace algunos años, al cumplir los 50 de mi graduación de médico, en una ceremonia emotiva organizada por mi familia, amigos y discípulos, estuve lejos de imaginar que llegaría un día, años más tarde, en que nos volveríamos a reunir, unidos por el mismo apretado lazo de amistad y compañerismo, para festejar el haber sido distinguido por la Universidad Nacional Autónoma de México con el reconocimiento al "Mérito Universitario" como testimonio de gratitud por la meritoria labor académica realizada durante 60 años. El mismo grupo, es cierto, pero todos bien diferentes, todos habiendo dejado atrás algunos años; plantados, los más, en "Las laderas de la montaña de la vida" y algunos como yo, en el suave camino del descenso.
Hoy, para mi fortuna, la escena vuelve a repetirse, pero ya sin asombro de mi parte, sólo con emoción difícilmente contenida. En mi camino que desciende, llego al lindero en que tengo que admitir mi edad. Ayer me defendí, como recordarán algunos, de haber llegado a ella, alegando que no sufría de sus males, ni fatiga, ni soledad, ni menos desgano por todo lo que la vida ofrece, pero hoy ¿quién me creería si la niego otra vez?
Me abstendré pues, de hacerlo y la admitiré, aunque sea sólo por discreción. Pero al mismo tiempo expresaré el gozo que tengo de que a mi edad llego acompañado con mi esposa Susana, mis hijos, nietos y bisnietos, mis amigos fieles, de manos fraternas que se me tienden y de leales discípulos que espiritualmente me sostienen, sintiendo que entre todos ahuyentan la visión más temida de los últimos años de un hombre, la soledad.
Entro, pues, como debo admitir, a la zona de riesgo. No me refiero a la de morir, que bien advierto. No, yo me refiero a un riesgo más temible, el de la declinación inexorable de la capacidad física y mental, el deterioro progresivo lo mismo en lo orgánico que en lo espiritual, daños que al secar la savia de la vida, acaban con la alegría de vivirla.
Ese es el riesgo al que tememos todos. Llegar al día en que el hombre, en vez de ser un apoyo, se convierte en carga y en vez de ser un elemento útil, es socialmente un estorbo. La amenaza es universal; pero más sensible para ciertos temperamentos, el mío uno de ellos. No obstante, si alguien me preguntara: "Si supiera que en este instante iba a morir, ¿cuáles serían mis últimas palabras? Serían ¡Qué lástima! ¡Había tantas cosas por hacer!"
La respuesta refleja, en efecto, lo que ha sido en la vida mi razón de vivir. Pero quizá también encierra el secreto que me ha permitido llegar a esta edad sin caer ostensiblemente en la degradación física y mental. Esta fórmula me fue sencilla: proponerme una meta y trabajar por alcanzarla; trabajar siempre, no como una manía, sino como una satisfacción; como una manera de sentirme útil y de conservar, por ello, mi propia estimación; como una manera de alcanzar el gozo de mirar una obra levantada por mi esfuerzo. Y cuando llegara la edad del retiro, mi fórmula tenía un complemento, no caer en la inactividad, que enmohece los resortes del alma, sino buscar una tarea que polarizara los mejores impulsos y, de no haberla, inventarla, consagrarme a ella. En una palabra, acogerme al trabajo y hacerlo con alegría.
Los ideales que alumbraron mi camino y me infundieron alegre ánimo de vivir fueron siempre la familia, la medicina, el bien y la verdad. Mi apasionamiento por la justicia social y por las obligaciones del mismo orden hallábase siempre en íntima contradicción y en pugna con la expresa carencia de necesidad en cuanto al trato y contacto inmediato con los hombres y las comunidades humanas. Como médico, aprecio al individuo, sus enfermedades y necesidades; lo único verdaderamente valioso, según mi opinión, en el mecanismo de la sociedad humana, no es el estado y la política, sino el individuo creador, el individuo que siente, la personalidad: es ella sola la que crea lo noble y lo sublime, mientras que la multitud y el populismo, en su calidad de tal, es torpe en el pensar, y no lo es menos en cuanto al sentir.
Como médico, he sido consciente de la fatalidad biológica del deterioro. Sé que no puede eludirse, pero sí retardarse, dando tiempo a que una enfermedad piadosa nos libre de llegar a la triste decrepitud. Los hombres de estudio tenemos la fortuna de conservar la juventud intelectual más largo tiempo que otros. A fuerza de ejercitar las potencias superiores, podemos mantenerlas vivas y aún ágiles por más largo tiempo y disfrutar lo mismo del presente, con todo lo que la vida nos ofrece, que del pasado, con el tesoro de sus recuerdos. Recordar luchas e ilusiones de juventud, evocar amores adolescentes, borrar heridas, paladear recuerdos familiares, igual que se paladean los sabores de la infancia.
¿Pero a qué viene todo eso? Dirán ustedes que empieza a tener un aire de lección en la cátedra. ¿Por qué esta apología de la edad en una reunión gozosa como ésta? Pido perdón si he caído, por deformación profesional, en las explicaciones biológicas. Sólo he querido, correspondiendo a su gesto amistoso de acompañarme a franquear los umbrales de la edad y transmutando el verso de López Velarde, "darles de la vejez la clave"; la clave de una edad serena y optimista que sea puramente cronológica, sin sentimientos amargos de derrota ni de marginación. Al dárselos, quiero desearles que miren correr los años, no importa que sean muchos, sin que ellos les dejen sedimentos de tristeza ni menos frustración.
Viejos compañeros, unos, en tantas nobles empresas a lo largo de la vida; leales colaboradores, otros, en la vida profesional; antiguos alumnos que hoy son maestros; gracias al Grupo Angeles por su apoyo y especialmente a sus directivos; amigos todos que han querido ofrecerme este agasajo.
Estimados todos, he oído, con humildad y orgullo a la vez, las palabras elocuentes en todo este día hacia mi persona. Sus palabras y manifestaciones de cariño me hacen recordar el empeño que ambos alimentamos para ser mejores, en beneficio de los pacientes y el esfuerzo a veces doloroso que juntos hemos hecho por nuestro país. Las guardo en el arcón de mis mejores recuerdos, lamentando sólo no poder contestarlas con igual altura.
En esta ocasión, más que las palabras mismas que expresan mi reconocimiento, espero que llegue a ustedes la secreta vibración del alma que las anima. Me limito, en silencio, a estrechar a cada uno en un abrazo efusivo.
A todos los jóvenes, a las nuevas generaciones, a todos los invito, dentro del marco circunstancial que ha mostrado este homenaje, a salirnos de la rutina diaria del trabajo para crear un poco de ciencia y hacer que esa creación refleje, de paso, un poco de prestigio para nuestro país. Siempre hemos hecho el esfuerzo de proclamar que es hora de acabar con la psicología del coloniaje intelectual, y que México deba crear y definir su propio perfil; que no hay naciones pequeñas sino cuando sus hombres se resignan a ser pequeños, y que la psicología de la vida parroquial sólo conduce a achaparrar las almas y perpetuar sentimientos de inferioridad.
Ahora más que nunca se requieren seres humanos que estén por encima del caos. Son los indispensables para lograr construir una sociedad superior, seres que no se limiten nada más a criticar lo que está mal, sino médicos y profesionistas que marquen senderos, que encaucen el logro de los ideales. Una nación o institución mediocre lo es porque sus líderes han sido guías de la mediocridad y la corrupción.
Nos urgen dentro de la medicina líderes auténticos, genuinos, que no trafiquen con la ciencia y el enfermo, que vivan de acuerdo con sus convicciones y estén dispuestos a heredar un país mejor.
Hemos sostenido que México está en la encrucijada del destino, que debe recibir el mensaje de todas las culturas y de todas las escuelas para robustecer su propia cultura, pero debe iniciar o buscar la única tradición intelectual que nos ha faltado, la tradición científica.
Que es hora de lanzarse valerosamente por esa vía, hasta lograr que haya ciencia de categoría universal. Nunca, por supuesto, ha sido nuestra idea fomentar un nacionalismo miope, sino de ofrecer un sentido universal a nuestra vida.
Vivimos las oportunidades que nos deparó la vida en el campo científico, docente y social, y si fuimos sinceros, amamos a nuestros amigos, y a nuestra profesión, actuamos con ética severa y sentido humano de servicio, ello debe haber dejado una alforja llena de sabores gratos y de imborrables recuerdos que nos permitieron gozar, sin celos ni envidias, del desarrollo y el ascenso de los nuevos hombres; de aquéllos, los jóvenes que nos dieron la satisfacción de estimularlos en su trabajo, y quizá de darles alguna ayuda profesional o de aquéllos otros que ingresaron a nuestro medio ya formados y maduros, pero que recibieron un saludable impacto del ambiente en que nosotros actuábamos.
Gracias a mis maestros y, sobre todo, gracias a algunos grandes amigos, aprendí acerca de la fuerza que se consigue viviendo cerca y lejos con la familia; aprendí a seguir adelante igual en tiempos buenos y malos; aprendí a no desesperarme cuando mi mundo se estaba cayendo; aprendí que no hay comida gratis y aprendí acerca del valor de trabajar duro; aprendí que las tres acciones más importantes para conseguir el éxito son: quiero, puedo, hago; aprendí que las ideas no pueden encerrarse en una jaula; aprendí que todos los días deben ser días de intenso calor humano; aprendí en fin, que cada hombre debe descubrir su propio camino. No encuentro las palabras para que expresen mi emoción en esta hora, prefiero entonces expresar mi gratitud con una promesa, única forma de corresponder a su apoyo; es la de seguir adelante, más allá de la fatiga, más allá del esfuerzo doloroso, más allá de las esperanzas frustradas. Pienso en efecto, que mientras aliente en nosotros la fe en el hombre, en mi familia, no está permitido el retiro, que es renunciación, ni la búsqueda de la paz, que es fuga. No hay más que una fórmula, la que nos da el poeta "llenar cada minuto con 60 segundos de combate bravío."
Por último, quiero destacar en las reflexiones de mi vida profesional a la figura central de mi vida, la compañera de mi andar que lo fue en todo momento, el amor que sólo fue compartido con el de la ciencia y el de la humanidad. A Susana, mi esposa y compañera. Dentro de sus innumerables virtudes permítanme mencionar la inigualable sabiduría para comprender su vida dentro de la de su esposo, y constituir así la mayor inspiración y tranquilidad en mi quehacer diario que siempre tuve. A mis hijos, nietos y bisnietos gracias como son, quisiera que recordaran una vez más, que el más grande placer en la vida es algo que otros dicen que no se puede hacer.
He tratado de ser siempre leal conmigo mismo, de no haber sacrificado nunca mis convicciones al interés personal, de haber procurado caminar en la vida, de acuerdo con lo que enseñé en la cátedra.
La vida para mí ha sido misión, he tratado de cumplir lealmente con la mía, de acuerdo con los ideales que me fijé en la juventud.
En este momento recuerdo la poesía de Antonio Machado cuando dice: "caminante, son tus huellas el camino, y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar... Caminante no hay camino, sino estelas en el mar."
Muchas gracias.
AFILIACIONES
1 Director Médico del Hospital Angeles Lomas. Director general emérito del Instituto Nacional de Perinatología (INPER). Profesor titular de la especialidad de ginecología y obstetricia. División de estudios de post-grado. Facultad de Medicina UNAM. Maestro de la Gineco-obstetricia Latinoamericana. Maestro y Doctor en Ciencias Médicas UNAM. Presidente fundador de la Federación Latinoamericana de Medicina Perinatal (FLAMP). Expresidente de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Obstetricia y Ginecología (FLASOG).
CORRESPONDENCIA
Dr. Samuel Karchmer K. Correo electrónico: skarchmerk@gmail.comAceptado: 08-10-2021.